Carlos Losada, 53 años, experto en liderazgo; ha sido director general de Esade (2000-2010)"Los valores espirituales generan riqueza material". La Contra de La Vanguardia. LLUÍS AMIGUET - 03/09/2010
Una de las cosas que he aprendido durante estos años es que no hay nadie más sordo que un directivo con éxito...
¿. ..?
En cientos de comidas y cafés con ellos me he dado cuenta de que los líderes que triunfan no suelen hacer mucho caso a nadie.
¿Por qué?
Porque, si te toca, el éxito deforma tu lectura de la realidad y empiezas a creer que tú eres su único causante.
¿Por qué ha dicho "si te toca"?
Porque ese directivo sobrado es víctima de lo que llamamos "error de atribución".
¿Se cuelga él solo todas las medallas?
Él se atribuye todo, pero en realidad hereda gran parte de un éxito - o fracaso-determinado por decisiones de sus predecesores.
Las decisiones son a largo plazo, pero sólo se juzgan sus consecuencias a corto.
Hay quien se entontece con un poquito de éxito y quien necesita mucho para creérselo, pero todos somos muy vulnerables a él. De hecho, el profesor Josep Baruel, acreditado experto en selección de directivos y profesor de Esade, incluye en sus selecciones de líderes el baremo "cuánto éxito sería capaz de digerir este candidato a directivo".
Muy atinado, Baruel.
Ese empacho de éxito, tan pernicioso para quien carece de valores, es una constante en profesionales, empresarios, políticos...
¿¿¿Periodistas???
¿¿¿Que no??? ¡Pero si sois pura vanidad!
Era una provocación, profesor, pero ¿de verdad más que la de los políticos?
El político, además de esa vanidad, tiene la necesidad de protegerse de un entorno de críticas feroces y a menudo infundadas.
No siempre merecidas, pero siempre saludables.
No estoy tan seguro. Si son excesivas e injustas, en vez de mejorar al criticado, hacen que el político se proteja en su círculo de fieles, que filtran esas críticas o las neutralizan con halagos. Y así acaba aislado de la realidad: es el "síndrome de la Moncloa", achacado a sus inquilinos.
Una especie de autismo autócrata.
Y tan peligroso como el ego desatado.
Si no quieres críticas, no seas político.
¿De verdad cree que eso nos conviene? Ese entorno despiadado precisamente ha logrado que muchos hombres y mujeres preparados renuncien a su vocación política al temer la lluvia de palos que les esperaría.
Y si algún buenazo pica y se presenta...
Dura poco, suele salir corrido a gorrazos.
¿Y todo sin relación con la realidad?
Hay más ruido que razones en esas impresiones generalizadas. Ahora mismo, por ejemplo, un nuevo gobierno entrante pagaría los errores económicos del anterior.
Eso no quita ganas a la oposición.
Siempre es así a no ser que un político que sea un auténtico estadista haya asumido el coste en votos de tomar las decisiones más dolorosas, pero también más necesarias.
Perder él para que gane el país.
Y eso sólo es posible si ese líder tiene valores más allá de la apariencia de éxito momentáneo. Y aquí debo decir con dolor que España y Catalunya hoy son cortoplacistas: carecemos en general de valores. Y sin valores no hay posibilidad de progreso real.
Ya hace años que yo diría que aquí los malos siempre ganan.
Ese es el espejismo del cortoplazo: el líder perverso da la impresión de ganar al principio, porque actuar sin ningún escrúpulo puede rendir un éxito, al menos momentáneo, que incluso puede parecer que lava sus culpas, pero a la larga siempre pierde.
Pierde, pero se aferra a la poltrona.
Porque precisamente por su carencia de valores no tiene nada más. En cambio, los líderes capaces de sacrificar su éxito por el bien colectivo tienen otras cosas además de su sillón: equilibrio interior, valores, amigos, aficiones, metas, inquietudes personales... Mandar en un momento determinado es para ellos accesorio: no son sólo su cargo.
No elijas a ningún directivo que necesite desesperadamente ser directivo.
Porque sin valores hará cualquier cosa por seguir mandando y cobrando, y eso explica muchos casos de corrupción. Y ahí tenemos que ser tajantes: ¿sabe por qué los países más corruptos son también los más pobres?
Y viceversa.
Pues porque la corrupción hace que nadie se fíe de nadie y esa falta generalizada de confianza encarece los costes de transacción: dificulta comprar, vender, conseguir un permiso de forma ágil y transparente...
Que los partidos políticos cobren mordidas tampoco crea mucha confianza.
Cualquier transacción debe ser fácil y barata porque la sociedad respeta unos valores y así todas las partes se fían: esa confianza - que permite desde vender una moto hasta grandes inversiones en infraestructuras-es la gran engrasadora de todo el sistema económico y crea por sí sola prosperidad.
Es más fiable y por ello más rica Suiza sin petróleo que la petrolera Nigeria.
Y por eso las sociedades con valores son más honradas, ergo más eficientes y prósperas. Los valores espirituales generan riqueza material. Finlandia, por ejemplo, está impregnada de valores luteranos, que hacen prioritaria la educación y con ella el esfuerzo y el mérito, y no son sólo para los creyentes, sino para todos.
Contra el paro, pues, mucha honradez.
Ese es el principio.
Una de las cosas que he aprendido durante estos años es que no hay nadie más sordo que un directivo con éxito...
¿. ..?
En cientos de comidas y cafés con ellos me he dado cuenta de que los líderes que triunfan no suelen hacer mucho caso a nadie.
¿Por qué?
Porque, si te toca, el éxito deforma tu lectura de la realidad y empiezas a creer que tú eres su único causante.
¿Por qué ha dicho "si te toca"?
Porque ese directivo sobrado es víctima de lo que llamamos "error de atribución".
¿Se cuelga él solo todas las medallas?
Él se atribuye todo, pero en realidad hereda gran parte de un éxito - o fracaso-determinado por decisiones de sus predecesores.
Las decisiones son a largo plazo, pero sólo se juzgan sus consecuencias a corto.
Hay quien se entontece con un poquito de éxito y quien necesita mucho para creérselo, pero todos somos muy vulnerables a él. De hecho, el profesor Josep Baruel, acreditado experto en selección de directivos y profesor de Esade, incluye en sus selecciones de líderes el baremo "cuánto éxito sería capaz de digerir este candidato a directivo".
Muy atinado, Baruel.
Ese empacho de éxito, tan pernicioso para quien carece de valores, es una constante en profesionales, empresarios, políticos...
¿¿¿Periodistas???
¿¿¿Que no??? ¡Pero si sois pura vanidad!
Era una provocación, profesor, pero ¿de verdad más que la de los políticos?
El político, además de esa vanidad, tiene la necesidad de protegerse de un entorno de críticas feroces y a menudo infundadas.
No siempre merecidas, pero siempre saludables.
No estoy tan seguro. Si son excesivas e injustas, en vez de mejorar al criticado, hacen que el político se proteja en su círculo de fieles, que filtran esas críticas o las neutralizan con halagos. Y así acaba aislado de la realidad: es el "síndrome de la Moncloa", achacado a sus inquilinos.
Una especie de autismo autócrata.
Y tan peligroso como el ego desatado.
Si no quieres críticas, no seas político.
¿De verdad cree que eso nos conviene? Ese entorno despiadado precisamente ha logrado que muchos hombres y mujeres preparados renuncien a su vocación política al temer la lluvia de palos que les esperaría.
Y si algún buenazo pica y se presenta...
Dura poco, suele salir corrido a gorrazos.
¿Y todo sin relación con la realidad?
Hay más ruido que razones en esas impresiones generalizadas. Ahora mismo, por ejemplo, un nuevo gobierno entrante pagaría los errores económicos del anterior.
Eso no quita ganas a la oposición.
Siempre es así a no ser que un político que sea un auténtico estadista haya asumido el coste en votos de tomar las decisiones más dolorosas, pero también más necesarias.
Perder él para que gane el país.
Y eso sólo es posible si ese líder tiene valores más allá de la apariencia de éxito momentáneo. Y aquí debo decir con dolor que España y Catalunya hoy son cortoplacistas: carecemos en general de valores. Y sin valores no hay posibilidad de progreso real.
Ya hace años que yo diría que aquí los malos siempre ganan.
Ese es el espejismo del cortoplazo: el líder perverso da la impresión de ganar al principio, porque actuar sin ningún escrúpulo puede rendir un éxito, al menos momentáneo, que incluso puede parecer que lava sus culpas, pero a la larga siempre pierde.
Pierde, pero se aferra a la poltrona.
Porque precisamente por su carencia de valores no tiene nada más. En cambio, los líderes capaces de sacrificar su éxito por el bien colectivo tienen otras cosas además de su sillón: equilibrio interior, valores, amigos, aficiones, metas, inquietudes personales... Mandar en un momento determinado es para ellos accesorio: no son sólo su cargo.
No elijas a ningún directivo que necesite desesperadamente ser directivo.
Porque sin valores hará cualquier cosa por seguir mandando y cobrando, y eso explica muchos casos de corrupción. Y ahí tenemos que ser tajantes: ¿sabe por qué los países más corruptos son también los más pobres?
Y viceversa.
Pues porque la corrupción hace que nadie se fíe de nadie y esa falta generalizada de confianza encarece los costes de transacción: dificulta comprar, vender, conseguir un permiso de forma ágil y transparente...
Que los partidos políticos cobren mordidas tampoco crea mucha confianza.
Cualquier transacción debe ser fácil y barata porque la sociedad respeta unos valores y así todas las partes se fían: esa confianza - que permite desde vender una moto hasta grandes inversiones en infraestructuras-es la gran engrasadora de todo el sistema económico y crea por sí sola prosperidad.
Es más fiable y por ello más rica Suiza sin petróleo que la petrolera Nigeria.
Y por eso las sociedades con valores son más honradas, ergo más eficientes y prósperas. Los valores espirituales generan riqueza material. Finlandia, por ejemplo, está impregnada de valores luteranos, que hacen prioritaria la educación y con ella el esfuerzo y el mérito, y no son sólo para los creyentes, sino para todos.
Contra el paro, pues, mucha honradez.
Ese es el principio.