EL AVE CATALÁN
Aunque he comentado que no abordaría el contexto político, huelga decir que este caso lo tiene y es fundamental entenderlo para analizar esta crisis. La misma actitud que mantiene la oposición nacionalista catalana con respecto a la falta de infraestructuras en Cataluña, la mantiene el partido de la oposición en España en el tema del AVE, proyecto programado, aprobado e iniciado en su propia y última legislatura en el Estado español, por lo tanto son corresponsables de sus virtudes y defectos, de las concesiones y del calendario inicialmente previsto. En cualquier caso, debemos recordar que nos hallamos en un año previsiblemente electoral, si se cumplen los pronósticos de elecciones anticipadas para el 2008. Ya estamos en campaña y eso hace que se destape "la caja de los truenos" y se airé cualquier desaguisado con intencionalidad meramente política. Más que los hechos, cobra importancia la lectura que los políticos hacen de ellos y, esto, trae consigo la –peligrosa- sobredimensión de lo que sucede realmente. Hay demasiados intereses cruzados, como suele pasar en estos casos. Un gobierno catalán, aparentemente débil y cuyo partido mayoritario necesita consensuar con su mismo partido en el Estado, responsable principal de las inversiones en infraestructuras; unos partidos en la oposición que intentan olvidar su participación "histórica" en el tema del serio déficit de infraestructuras en Catalunya y/o del proyecto del AVE, intentando culpabilizar únicamente al gobierno actual del desaguisado; unos usuarios que padecen desde hace tiempo el mal servicio, pero que ahora ven agotada su paciencia con unos servicios alternativos y temporales deficientes y que hacen de su desplazamiento en transporte público una odisea diaria; unos vecinos de la Ciudad Condal que, “espontáneamente” (movimiento demasiado estructurado para ser cierto!) ante tanto despropósito, reclaman que el AVE no atraviese el subsuelo urbano, argumentando el deber de preservar la maravillosa Sagrada Familia, símbolo emblemático donde los haya; los alcaldes de los municipios del área metropolitana afectada por las obras, que actúan por su interés municipal o bien hablan o callan del tema en función de su consigna política; los sindicatos que aprovechan la situación para poner de relieve la precariedad laboral de los trabajadores que participan en el proyecto; las empresas constructoras (que, recordemos obtuvieron la concesión de manos del PP… huelgan comentarios) a las que se les acusa de incumplir las exigencias del proyecto; el ayuntamiento de Barcelona, principal afectado por las obras y por las surrealistas retenciones de tráfico resultantes, que intenta quedar al margen... y el ciudadano-contribuyente que sufre en silencio las carencias e incapacidad de sus gobernantes ante esta situación, pero que sigue sin relacionar su voto electoral con este tipo de acontecimientos ya demasiado cotidianos.
Evidentemente, toda situación de crisis se da en un contexto concreto, que sin duda influye en ésta. Aparte del mencionado año electoral, se da la circunstancia de que en Barcelona actualmente se está llevando a cabo un sin igual esfuerzo por actualizar y mejorar sus infraestructuras de medios de transporte. Aparte de la ampliación de su red actual del metro (en concreto, con la construcción de la nueva línea 9 que cerrará el arco del Área Metropolitana), la necesaria y mayor integración efectiva de todos los operadores del transporte público (TMB, FFCC y tranvía, autobuses) y la esperada llegada del AVE a Barcelona. Todo eso significa que Barcelona actualmente se asemeja a un queso gruyere, pues necesita perforar su subsuelo para conectar y, a la vez, expandir una eficaz red de transporte público. Ni qué decir tiene que todo esto significa mucha inversión, mucha y muy buena organización, un cierto e inevitable caos para la ciudad... y, sobre todo, un cierto riesgo para el usuario y ciudadano. Pero ese sobredimensionado proyecto no es de ahora, lleva fraguándose muchos años, entre diferentes administraciones, diferentes fuerzas políticas al frente de ellas, y con un proyecto de ingeniería realmente colosal. Supongo que lleva tanto tiempo y el riesgo de problemas era -y es- tan grande que alguien debería haber previsto las molestias y peligros que padecería el ciudadano. Bastaba una campaña eficaz de comunicación para sensibilizar a la opinión pública, informándole de los beneficios y de los posibles inconvenientes de tal proyecto. Esto, hecho en su momento y de la forma adecuada, hubiera obtenido la complicidad necesaria de los implicados y de los posibles afectados, lo que aumentaría su credibilidad y paciencia ante los imprevistos. No entro en discutir quién y cómo se debería haber realizado esta campaña previa de comunicación. Lo que no es de recibo, es poner simplemente vallas publicitarias exteriores para comunicar la llegada del AVE a Barcelona el próximo 21 de diciembre, sin haber hecho nada antes e intentando capitalizar un proyecto inacabado. El riesgo de no involucrar al ciudadano, ahora es evidente. Cualquier suceso o problema que pudiera surgir alienta movimientos vecinales y de la oposición política para capitalizar, desvirtuar y, lo que es peor, dramatizar esos sucesos. Todo ello sobredimensiona la crisis en gran manera y, lo que es peor, la incredulidad y escepticismo del ciudadano frente a los poderes públicos y sus “representantes” políticos.
No tengo base contrastada para evaluar la validez o no del proyecto de ingeniería en toda su dimensión. Pero la opinión pública, como yo mismo, somos ciudadanos con capacidad de observación y, por tanto, aficionados a opinar. Seguramente hay versiones de todo tipo, como que el AVE no debería pasar por la ciudad pues un exceso de estaciones le hace perder la pretendida alta velocidad; que el AVE Madrid- Barcelona- Francia, con un potencial de 12 millones de pasajeros al año, debería haberse construido hace muchos años; que aprovechar -al parecer- una infraestructura como la de Cercanías -o muy cercana a ella- para el tren de alta velocidad era arriesgado; que la poca coordinación entre administraciones, entidades y empresas involucradas en el proyecto era y es un riesgo innecesario; que el horizonte de los políticos de cualquier partido, basado únicamente en el periodo ejecutivo, difícilmente podrá contemplar proyectos faraónicos como éste con una requerida visión a largo plazo; que la excesiva politización de este tipo de proyectos trae consigo más problemas de los que, como ingeniería, pueden preverse. Esas son opiniones que están en la calle, además de otras muchas poco demostradas pero, sin duda, sospechadas y en la calle, como la aparente arbitrariedad en la concesión de este tipo de obras, la existencia de presuntas comisiones, su financiación o calendario en función de la alternancia política, o la titularidad o capacidad de las personas públicas que pilotan este tipo de proyectos, muchas veces, con intereses más partidistas que de sentido común. Y esos, entre otros, son los mensajes que hay que transmitir o desmentir a través la comunicación para generar credibilidad, tranquilidad y complicidad en la opinión pública. Los rumores, fundamentados o no, alimentan la incertidumbre y la irascibilidad de la opinión pública. Y, a la larga, como en este caso, facilitan una lectura de la realidad un tanto sesgada.
En primer lugar, deberemos recordar que la crisis aún no ha finalizado. Seguramente durará tanto como la campaña electoral, procesos judiciales aparte, que perpetuarán varios años el tema. La intervención -directa o indirecta- de los políticos y de su propia percepción (o interés) de cualquier crisis la hace especial y dilatada en el tiempo, como lo fue la del Prestige, Gescartera, etc. en su día. Por otro lado, ya sabemos que los políticos no asumirán la responsabilidad política y probablemente la evadirán buscando responsables técnicos o, como se ha visto en este caso, inculpando a terceros, como las empresas constructoras, etc. Desviar la atención política a supuestas negligencias técnicas trae consigo la percepción de inseguridad que hoy tiene el ciudadano. Debemos aprender de los errores…y en Barcelona, tuvimos recientemente el Carmel o el apagón de Endesa, entre otros, para aprender.
En primer lugar y tratándose de un proyecto ambicioso y que se largará en el tiempo, debería haberse constituido un comité para coordinar las distintas administraciones públicas involucradas, establecer unos procedimientos unificados de actuación y analizar los posibles escenarios de crisis que pudieran darse. Ni qué decir tiene que el mencionado Comité no sólo debe contar con representantes de las administraciones y sus allegados, sino con expertos -reales, con perdón- en la materia. Y debería haberse elaborado un plan de contingencia para saber cómo actuar ante cualquier posible crisis, de las cientos posibles en un proyecto de estas características. Así mismo, además de los aspectos meramente técnicos, debería haberse responsabilizado de la información y difusión previa, durante y tras el proyecto, por lo que deberían disponer de un plan de comunicación concreto y su calendario para sensibilizar a la opinión pública de sus beneficios e inconvenientes a lo largo del tiempo, además de haber elaborado un Plan de Comunicación de crisis. Evidentemente, a día de hoy, solo hay que ver la TV pública y los medios en general para deducir que ya se ha empezado una sutil y desesperada campaña de información que nos muestra los avances técnicos (bridas, mecanismos varios, etc.) que se utilizan en el proyecto…pero llegan tarde y mal, pues cuando la opinión pública pierde la credibilidad y confianza en el proyecto, en sus instituciones y políticos que las representan, recobrarla es un problema de tiempo y no solo de “parches” para demostrar la viabilidad y seguridad técnica del proyecto. ¿Por qué no haber dado las informaciones técnicas oportunas antes de iniciar el proyecto para otorgarle la viabilidad y seguridad, además de ganarse así su confianza? Para hacerlo bastaba informar en la zona de influencia, a través de sus asociaciones de vecinos y comerciantes, haciéndoles partícipes del futuro proyecto y sus beneficios para la ciudadanía. Pero por lo visto, los políticos –en general y de cualquier tendencia- de este país solo recuerdan a la ciudadanía cuando están próximas las elecciones, para bien o para mal, y todo plan de contingencia solo considera el coste en votos que le puede acarrear un desaguisado como este.
De nuevo nos encontramos ante una crisis mal gestionada: interferencias entre las administraciones y entidades involucradas, dispersión en los mensajes, diferentes partes implicadas directa o indirectamente dando "su" versión y desorientando, por tanto, a la opinión pública; cientos de ciudadanos, usuarios habituales del transporte público -supongo que no influenciados directamente por Al Gore, ex-candidato a la Casa Blanca que ha optado por un mensaje verde y sensiblero- que se ven obligados a la penitencia en su diario desplazamiento laboral gracias a un servicio alternativo improvisado y de dudosa eficacia; los medios de comunicación atacando o defendiendo los hechos en función de su línea editorial, más que en la objetividad y el criterio periodístico; la ciudad de Barcelona, el área metropolitana y sus escasos –y algunos caros- accesos sumidos en el caos del tráfico. Y eso es sólo una mirada rápida de la realidad concreta. Aún así, habría que añadir el impacto económico en comercios, restauración, absentismo laboral de los afectados, etc. Pero podríamos seguir, pensando en la imagen proyectada por las instituciones implicadas, por sus dignos representantes, la proyección nacional e internacional de Barcelona (o de España) como ciudad caótica y desorganizada. Cuántas olimpiadas, foros de las culturas o eventos variopintos habrá que volver a organizar -con la inversión que supone…para el contribuyente- para restablecer la imagen positiva de la ciudad o del país. Menos mal, que “en todo el mundo cuecen habas” y otros países -sobre el papel, modélicos y motores del desarrollo- también sufren la inoperancia de muchas de sus instituciones y de los políticos que las representan. En cualquier caso, “quien juega con fuego se quema” y lo que debía ser una evidencia concreta –y largamente reivindicada- de la falta de infraestructuras en Catalunya, la han convertido en una crisis de grandes dimensiones reales y mediáticas…aparte de un problema más para los sufridos usuarios de transporte público!
http://mbbpcomunicacion.blogspot.com/2007/11/un-caso-de-manual-la-crisis-de-renfe-en.html